Antonio García Vicente tiene 12 años, es de Valladolid y, como cualquier niño de su edad, va a clase, juega al fútbol, sale con los amigos, juega con su hermana mayor y, entre sus aficiones, está la de programar. Tanto es así que con su curiosidad casi infinita y su capacidad innata, ha desarrollado más de un centenar de videojuegos educativos con los que sus compañeros de clase también estudian.
Un genio en pequeño formato cuyas cualidades despuntaron a los seis años, nos cuenta María José Vicente, madre de Antonio, a la que la profesora de Infantil recomendó “potenciar esa curiosidad innata que tenía para ir más allá”. Ese más allá, apenas cinco años después, ha llevado a Antonio a dar charlas TedTalks o a formar parte del Club de Jóvenes Programadores de la Universidad de Valladolid. Allí fue donde conoció Scratch, un sencillo software de programación con el que dio sus primeros pasos en este mundillo.
“Con Scratch vio que podía jugar y hacer sus propios juegos, aprender cómo funcionaban los videojuegos profesionales”, asegura María José. Una realidad a la que Antonio ha llegado casi de manera autodidacta, a pesar de que ella sea informática de profesión. “Mucha gente piensa que Antonio sabe y hace por ser yo informática”, cuenta. Una realidad que desmiente por completo ya que empezó a interesarse más y a aprender las herramientas al ver las cosas que era capaz de hacer.
“Siempre hemos dado a nuestros hijos distintas opciones para que probaran y eligieran lo que más les interesara y luego, apoyarles y compartir con ellos lo que podamos”
María José Vicente, madre de Antonio
Las nuevas tecnologías son protagonistas en la educación de Antonio pero nunca excluyentes de otros hábitos. “Creo que la programación enseña lógica, matemáticas, física, razonamiento para ‘aprender a aprender’ y debería incorporarse a nivel curricular”, considera María José desde el punto de vista profesional. Como madre cree que aporta “motivación y ganas, no confomarse con lo justo pero sin perder lo más importante en un niño: el juego, porque para eso son niños y eso es lo que tienen que hacer: jugar. Siempre hemos dado a nuestros hijos distintas opciones para que probaran y eligieran lo que más les interesara y luego, apoyarles y compartir con ellos lo que podamos”.
Un pequeño gran programador
Jugar y crear como herramienta para seguir aprendiendo se ha convertido así en el modus operandi habitual de Antonio, que no renuncia, como otros niños de su edad, a jugar al fútbol, salir con sus amigos o disfrutar con videojuegos. “Su día a día es totalmente normal y la programación una actividad más”, puntualiza. De esta forma aparta la falsa impresión de que esté “todo el día conectado al ordenador”.
“Cuando le proponen algún proyecto o charla, siempre lo hablamos con él, a ver si le apetece o no, porque lo más importante es que se divierta con lo que él hace”
María José Vicente
La programación es para la familia una actividad más, donde se gestiona ese potencial pero siempre sin obligaciones y desde el consenso. “Cuando le proponen algún proyecto o charla, siempre lo hablamos con él, a ver si le apetece o no, porque lo más importante es que se divierta con lo que él hace”, enfatiza.
Una relación sólida
“Mi hijo me enseña todos los días cosas nuevas y actualmente sí que aprendemos y nos ponemos retos juntos”
María José Vicente
Basándose en ese desarrollo, María José da alas a la creatividad de Antonio, incluso involucrando al resto de la familia en actividades como el Scratch Day, donde Antonio “vio cómo podía jugar y crear a la vez”. Aquella semilla germinó, regada por la constancia y el ambiente hogareño en el que se fomentaba la curiosidad de Antonio, y que llega a sorprender incluso a María José: “mi hijo me enseña todos los días cosas nuevas y actualmente sí que aprendemos y nos ponemos retos juntos”.
Una retroalimentación en la que madre e hijo se sumergen, compartiendo ideas o planes para desarrollar juntos. “Si veo alguna herramienta nueva se la comento para que le vea y me diga si le interesa o no”.
Algo que va más allá del amor de madre y que además permite desarrollar una red de jóvenes programadores a nivel internacional. “Es consciente de que no está sólo y que son muchos los que programan y diseñan, y que él tiene que aprovechar que, como niño, le escuchan y sirve de motivación para otros niños”.