¿Puede tener las teorías de Darwin sobre la evolución elementos en común con el mundo del videojuego? A pesar de estar separadas entre sí por más de 100 años, la realidad es que sí, y sobre todo tiene que ver en cómo nos adaptamos a entornos cambiantes.
Estudio de los videojuegos de acción rápida
A esta conclusión han llegado varios investigadores de la Universidad de Rochester, en Nueva York, sobre los videojuegos de acción rápida, en los que el aprendizaje no está sólo en lo que hacemos, sino también en cómo lo hacemos y sobre todo, en cómo se extrapola a la vida real. Utilizando Call of Duty como base, el estudio muestra que no sólo se mejoran las habilidades propias del juego, sino las capacidades de aprendizaje en general.
La exposición a constantes cambios de manera continua crea una especie de ‘plantilla’ cerebral que va conformándose, haciendo que el jugador se adelante a los acontecimientos. Lo vemos también en la vida real, por ejemplo cuando salimos a correr o conducimos, en los que gracias a este aprendizaje podemos prever ciertos comportamientos. De esta forma surgen habilidades predictivas, propiciadas por el dinamismo de esta clase de videojuegos, en los que entornos en los que se suceden las modificaciones permiten al jugador familiarizarse con esas alteraciones.
Acciones como moverse, saltar, esquivar o agacharse, frecuentes en videojuegos como el mencionado Call of Duty o en otros clásicos, como Counter Strike, son la base sobre las que ‘educar’ nuestro comportamiento y reacción en la partida. Todo ello se traslada luego a la vida real, haciendo a estos jugadores más predispuestos a aceptar las modificaciones y buscar nuevas salidas para los distintos problemas que puedan surgir. La demostración se llevó a cabo con dos grupos de control que no estaban familiarizados con el mundo del videojuego, que durante 50 horas –repartidas en nueve semanas- debían jugar a dos videojuegos distintos. Por un lado, Call of Duty, encuadrado dentro de los videojuegos de acción rápida, y por otro Los Sims, dentro de los videojuegos de no acción.
Desarrollando el “aprendizaje perceptivo”
Todo ello forma parte de lo que se llama “aprendizaje perceptivo”, que permite el desarrollo de nuevas habilidades sobre la marcha, en función de las situaciones a las que nos enfrentemos, y que pueden ser trasladadas de la pantalla a la vida real. El estudio, llevado a cabo por la doctora Daphne Bavelier, incide en que los videojuegos de acción, gracias a su ritmo rápido y a las diferentes escalas de tiempo que en ellos participan, son los responsables de esta adaptabilidad.
Una reivindicación casi centenaria sobre la que habló Charles Darwin en El origen de las especies y que ahora, más de un siglo después, también demuestra que los individuos que mejor se adaptan a los cambios serán los más preparados, incluso con el aprendizaje que un videojuego de acción puede promover.